Nada grave en realidad, dijeron que decía incoherencias; no fue un insulto directo, pero fue algo que me tocó por venir de quien venía.
En esa discusión alguien dijo "con el librito de los derechos se perdonan muchas represiones" y poco después, otra persona amenazó veladamente "va a haber que eliminar gente que piensa distinto".
Se refería a que se me eliminara de la lista de amigos de la persona que había comenzado la charla y que a la larga dijo que decía incoherencias.
Eso me hizo pensar.
Realmente no me parecía estar diciéndolas. Realmente pienso que mi posición republicana era bastante clara entonces, pero aún así, fui marginado.
Aun cuando alguien insinuaba que la Constitución, el "librito de los derechos" no debía de tomarse siempre en consideración, el inadaptado era yo.
Lo que aquella persona insinuaba era qué, como ya otros antes (en el error) habían violado la constitución, eso habilitaba a personas como él a hacer lo mismo. Naturalmente, por lo bien de todos, por un bien superior.
Cuando señalé que el discurso de "violar la constitución en aras de un bien superior" era algo que se había hecho en los años oscuros, la respuesta fue un condescendiente: ellos estaban equivocados, nosotros no.
Estaba a punto de repetir que exactamente esa era la justificación que se había usado antes para explicar por qué se habían violentado los derechos que él decía defender ahora, cuando me interrumpieron con otra frase preocupante.
"Deberías eliminar a la gente que está acá sólo para molestar"
Estaba frente a otra actitud fascista, el eliminar la voz disidente.
Naturalmente, nadie allí reconocería que aquellas eran actitudes fascistas, pues ellos se consideraban en las antípodas de esa orientación política.
El mero hecho de identificarse como izquierdistas o como defensores de la educación popular los hacía inmunes a caer en el fascismo. Y sin embargo sus discursos se parecían mucho.
El discurso fascista tiene su encanto, mal que nos pese; tanto que incluso aquellos que se sienten lejos de esa doctrina incurren en él con frecuencia.
Mucho de ese encanto viene del mesianismo de creer estar haciendo algo por el bien de todos, aun cuando los beneficiarios no lo entiendan. Aunque se resistan.
El obligar a aceptar algo que el pueblo no quiere (aunque eso redunde en un bienestar futuro) no es una actitud democrática.
El callar a las voces discordantes, tampoco.
Probablemente aquellas personas no lo dijeran en serio, pero sin dudas se habrían sentido más cómodas de no tener a alguien señalando que sus discursos eran fascistas en todo menos en nombre
Nadie está libre de la coerción; de ejercerla o de ser víctima de ella. Y aquellos que la ejercen, en la mayoría de los casos creen estar actuando en función de un bien superior.
No creo que la coerción conduzca a algo bueno, no creo en las buenas intenciones de las revoluciones violentas, no creo en el bien de un discurso fascista. Ni siquiera cuando quienes lo enuncian no imaginan que lo sea.
Las buenas intenciones no tienen que ver con lo bueno o malo de nuestras conductas. Lo que está mal lo está, independientemente de que nuestras intenciones fueran las mejores.
Nuestro grado de compromiso poco tiene que ver con la justicia de nuestras creencias.
No hay fascismos buenos. El discurso no debe ser fascista si la ideología no lo es, porque del discurso al acto hay un trecho más corto de lo que cabría imaginar.
Mis respetos para todos.